La
sobreprotección perjudica, el sufrimiento fortalece a los hijos
Cuando
nos detenemos a mirar todo lo que hacemos hoy día por los hijos
nos damos cuenta de que algo anda mal. Parece que, como a menudo se nos
inculpa de todos los problemas o fallas de los hijos, las mamás
y los papás andamos cada vez más involucrados en sus vidas
y nos sobrepasamos en la asistencia que les brindamos. . En un bien intencionado
intento por darle lo mejor a los hijos, los padres hemos asumido como
otra más de nuestras múltiples obligaciones, sobreprotegerlos
para impedir a toda costa que los niños experimenten cualquier
contrariedad, dificultad o tristeza. Así, hoy a los niños
se les da todo lo que piden, se les ayuda en más de lo que se debe,
se les compra más de lo que se merecen y se procura arreglarles
todos sus problemas con el fin de evitar que se contraríen o estén
tristes.
Una
evidencia de la exagerada tendencia a sobreprotegerlos es el uso constante
del pronombre posesivo me por parte de las mamás y los papás
al referirse a los problemas o asuntos de los hijos: "me trajo malas
notas del colegio", "no me come nada", "me la castigaron
porque llegó tarde, "no me ha hecho las tareas", etc.
Es
evidente que por muy ocupados que vivamos los padres en la actualidad,
los problemas de nuestros hijos son la preocupación central de
nuestra vida, y el poco tiempo de que disponemos para ellos, en lugar
de disfrutar de su compañía, lo pasamos corriendo para arreglarles
la vida.
A
pesar de lo altruistas que puedan parecer estas actitudes paternas, con
ellas no le comunicamos a los hijos que los amamos mucho, sino que son
unos inútiles .Lo que los padres estamos haciendo va mucho más
allá del nivel apropiado de respaldo y estímulo que les
debemos brindar a los hijos. En el fondo, estamos tratando de eximirlos
de las experiencias difíciles que irremediablemente hacen parte
de la vida.
Cuando
le facilitamos demasiado la vida a los hijos, se las estamos complicando.
No todo lo desagradable que le ocurre a los niños es culpa nuestra,
ni tampoco tenemos la capacidad de controlar ni evitar todos sus sufrimientos.
Una dosis moderada de frustraciones, privaciones y contrariedades, lejos
de perjudicarlos, los puede beneficiar por cuanto los capacita para superar
las experiencias duras que necesariamente tendrán que experimentar
en su trayectoria por este mundo.
Conviene
recordar que la niñez es un período de entrenamiento para
la edad adulta, y que así como la constante actividad física
de la infancia sirve para desarrollar el sistema muscular, las experiencias
desagradables que enfrentan los niños son fundamentales para desarrollar
las capacidades que necesitan para superar los obstáculos que encontrarán
a su paso por la vida. Como durante los primeros años de vida los
niños no tienen la capacidad de controlarse, una de las funciones
fundamentales de papá y mamá es servir como controles externos
de sus hijos mientras ellos desarrollan sus propios controles internos,
es decir lo que se llama fuerza de voluntad .
Si
para evitar que los niños se hiciesen daño los tuviéramos
constantemente sostenidos en nuestros brazos posiblemente nunca se golpearían,
pero su sistema muscular se atrofiaría. De igual manera, si tratamos
de evitarles toda contrariedad resolviéndoles cuanto problema o
capricho tengan, no les daremos la oportunidad de desarrollar virtudes
tan fundamentales como la tolerancia a la frustración, la moderación,
la valentía y, sobretodo, el autocontrol. Es decir, todo lo que
se requiere para formarles un carácter sólido y una fuerza
de voluntad férrea. Y carecer de ésta es tan grave como
carecer de fuerza muscular. Así como un minusválido no puede
controlar sus extremidades ni valerse por sí mismo y vive esclavo
de la ayuda de los demás, una persona sin fuerza de voluntad y
fortaleza moral no puede controlar sus impulsos, apetitos o reacciones
y vivirá esclavo de los éstos.
Proteger
a los hijos de verdad significa enseñarles a manejar los riesgos
por sí mismos, no resguardarlos de ellos. Tenemos que permitir
que a ratos pasen algunas dificultades y derramen unas cuantas lágrimas.
Si siempre volamos a rescatarlos, los niños no sabrán que
pueden sufrir pero también recuperarse por sí mismos; si
no dejamos que se equivoquen no aprenderán que sus errores son
experiencias que les enseñan cómo no hacer las cosas; si
no se caen no aprenderán a levantarse; si no se tropiezan no aprenderán
a mirar para dónde van en la vida. Dándoles la oportunidad
para que se metan en problemas y que tomen algunas decisiones inapropiadas
les estamos permitiendo que aprendan de sus fallas y confíen en
su capacidad para superarlas.
Como
el mundo en que están creciendo nuestros hijos los desafía
constantemente a enfrentar trayectos difíciles y peligrosos, ellos
tienen que tener fe en que podrán superarlos para poder atreverse
a iniciar su propia travesía. Pero al sobreprotegerlos los esclavizamos
de nuestros temores e impedimos que desarrollen sus propios criterios
y fortalezas, los que irán adquiriendo a base de esfuerzos, errores
y aciertos. Recordemos que la sabiduría el resultado de la experiencia,
pero la experiencia es el resultado de los errores.
Las
ventajas de las dificultades y sufrimientos
No
me cabe duda que la vida es algo así como una carrera de obstáculos.
Por lo general, cada vez que superamos un problema y creemos que ya podremos
estar tranquilos, no tarda en aparecernos otro. Nuestra travesía
por este mundo está surcada, no sólo de experiencias positivas
y gratas; sino también de sufrimientos y reveses.
Contrario
a lo que se suele creer, las penas y dificultades no son sólo una
desgracia o un castigo inmerecido. Son por excelencia experiencias que
nos hacen más flexibles, valientes y luchadores, es decir, las
que nos fortalecen y preparan para superar los obstáculos que encontramos
a lo largo de la vida. Con razón se ha dicho que los guerreros
más fuertes son aquellos que se entrenan en los caminos más
duros.
Sin
embargo, debido a que el modelo de felicidad que nos propone la cultura
consumista de nuestros días establece que ser felices es estar
cómodos y complacidos, las penas o contrariedades se consideran
como una desventura que debe evitarse. Pero la lucha y el sufrimiento
tienen también grandes ventajas. "Es en la adversidad que
hallamos la fortaleza, en la enfermedad que apreciamos el valor de la
salud, en el hambre que comprendemos el valor de los alimentos y en el
agotamiento que valoramos la importancia del descanso", dice un antiguo
refrán griego.
Además,
las experiencias duras son las lecciones más formativas que nos
ofrece la escuela de la vida: son las que nos hacen más compasivos
y solidarios ante las desgracias de nuestro prójimo, más
sensibles a las necesidades quienes tienen menos, más humildes
y capaces de agachar la cabeza para pedir ayuda, más generosos
y dispuestos a darnos a los demás y más agradecidos por
todo lo que hemos recibido. Es decir, las que ennoblecen nuestro corazón
y nos hacen más humanos. Y son, por excelencia, las experiencias
que nos acercan más a Dios. Por algo se ha dicho que "las
lágrimas son el jabón con que se enjuaga el alma"
Los
hijos no estarán preparados para enfrentar las adversidades que
encontrarán en el arduo camino de la vida si no han tenido la oportunidad
de vivirlas y superarlas durante la niñez. Todas las experiencias
- alegres y tristes -- se traducirán en lecciones que enriquecerán
la vida de nuestros hijos si estamos a su lado, no para protegerlos de
las que son adversas, pero sí para animarlos a superarlas. Recordemos
que nuestra función como padres no es aliviar las cargas de nuestros
hijos, sino fortalecer sus capacidades. En nombre del amor no podemos
seguirlos inhabilitando. Tenemos que amarlos lo suficiente como para llevarlos
dentro de nuestro corazón y no sobre nuestros hombros, permitiéndoles
que vivan su vida y no la nuestra.
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