Ampliación de la entrevista en CNN en Español -
Agosto 2004

 
La sobreprotección perjudica, el sufrimiento fortalece a los hijos

Cuando nos detenemos a mirar todo lo que hacemos hoy día por los hijos nos damos cuenta de que algo anda mal. Parece que, como a menudo se nos inculpa de todos los problemas o fallas de los hijos, las mamás y los papás andamos cada vez más involucrados en sus vidas y nos sobrepasamos en la asistencia que les brindamos. . En un bien intencionado intento por darle lo mejor a los hijos, los padres hemos asumido como otra más de nuestras múltiples obligaciones, sobreprotegerlos para impedir a toda costa que los niños experimenten cualquier contrariedad, dificultad o tristeza. Así, hoy a los niños se les da todo lo que piden, se les ayuda en más de lo que se debe, se les compra más de lo que se merecen y se procura arreglarles todos sus problemas con el fin de evitar que se contraríen o estén tristes.

Una evidencia de la exagerada tendencia a sobreprotegerlos es el uso constante del pronombre posesivo me por parte de las mamás y los papás al referirse a los problemas o asuntos de los hijos: "me trajo malas notas del colegio", "no me come nada", "me la castigaron porque llegó tarde, "no me ha hecho las tareas", etc.

Es evidente que por muy ocupados que vivamos los padres en la actualidad, los problemas de nuestros hijos son la preocupación central de nuestra vida, y el poco tiempo de que disponemos para ellos, en lugar de disfrutar de su compañía, lo pasamos corriendo para arreglarles la vida.

A pesar de lo altruistas que puedan parecer estas actitudes paternas, con ellas no le comunicamos a los hijos que los amamos mucho, sino que son unos inútiles .Lo que los padres estamos haciendo va mucho más allá del nivel apropiado de respaldo y estímulo que les debemos brindar a los hijos. En el fondo, estamos tratando de eximirlos de las experiencias difíciles que irremediablemente hacen parte de la vida.

Cuando le facilitamos demasiado la vida a los hijos, se las estamos complicando. No todo lo desagradable que le ocurre a los niños es culpa nuestra, ni tampoco tenemos la capacidad de controlar ni evitar todos sus sufrimientos. Una dosis moderada de frustraciones, privaciones y contrariedades, lejos de perjudicarlos, los puede beneficiar por cuanto los capacita para superar las experiencias duras que necesariamente tendrán que experimentar en su trayectoria por este mundo.

Conviene recordar que la niñez es un período de entrenamiento para la edad adulta, y que así como la constante actividad física de la infancia sirve para desarrollar el sistema muscular, las experiencias desagradables que enfrentan los niños son fundamentales para desarrollar las capacidades que necesitan para superar los obstáculos que encontrarán a su paso por la vida. Como durante los primeros años de vida los niños no tienen la capacidad de controlarse, una de las funciones fundamentales de papá y mamá es servir como controles externos de sus hijos mientras ellos desarrollan sus propios controles internos, es decir lo que se llama fuerza de voluntad .

Si para evitar que los niños se hiciesen daño los tuviéramos constantemente sostenidos en nuestros brazos posiblemente nunca se golpearían, pero su sistema muscular se atrofiaría. De igual manera, si tratamos de evitarles toda contrariedad resolviéndoles cuanto problema o capricho tengan, no les daremos la oportunidad de desarrollar virtudes tan fundamentales como la tolerancia a la frustración, la moderación, la valentía y, sobretodo, el autocontrol. Es decir, todo lo que se requiere para formarles un carácter sólido y una fuerza de voluntad férrea. Y carecer de ésta es tan grave como carecer de fuerza muscular. Así como un minusválido no puede controlar sus extremidades ni valerse por sí mismo y vive esclavo de la ayuda de los demás, una persona sin fuerza de voluntad y fortaleza moral no puede controlar sus impulsos, apetitos o reacciones y vivirá esclavo de los éstos.

Proteger a los hijos de verdad significa enseñarles a manejar los riesgos por sí mismos, no resguardarlos de ellos. Tenemos que permitir que a ratos pasen algunas dificultades y derramen unas cuantas lágrimas. Si siempre volamos a rescatarlos, los niños no sabrán que pueden sufrir pero también recuperarse por sí mismos; si no dejamos que se equivoquen no aprenderán que sus errores son experiencias que les enseñan cómo no hacer las cosas; si no se caen no aprenderán a levantarse; si no se tropiezan no aprenderán a mirar para dónde van en la vida. Dándoles la oportunidad para que se metan en problemas y que tomen algunas decisiones inapropiadas les estamos permitiendo que aprendan de sus fallas y confíen en su capacidad para superarlas.

Como el mundo en que están creciendo nuestros hijos los desafía constantemente a enfrentar trayectos difíciles y peligrosos, ellos tienen que tener fe en que podrán superarlos para poder atreverse a iniciar su propia travesía. Pero al sobreprotegerlos los esclavizamos de nuestros temores e impedimos que desarrollen sus propios criterios y fortalezas, los que irán adquiriendo a base de esfuerzos, errores y aciertos. Recordemos que la sabiduría el resultado de la experiencia, pero la experiencia es el resultado de los errores.

Las ventajas de las dificultades y sufrimientos

No me cabe duda que la vida es algo así como una carrera de obstáculos. Por lo general, cada vez que superamos un problema y creemos que ya podremos estar tranquilos, no tarda en aparecernos otro. Nuestra travesía por este mundo está surcada, no sólo de experiencias positivas y gratas; sino también de sufrimientos y reveses.

Contrario a lo que se suele creer, las penas y dificultades no son sólo una desgracia o un castigo inmerecido. Son por excelencia experiencias que nos hacen más flexibles, valientes y luchadores, es decir, las que nos fortalecen y preparan para superar los obstáculos que encontramos a lo largo de la vida. Con razón se ha dicho que los guerreros más fuertes son aquellos que se entrenan en los caminos más duros.

Sin embargo, debido a que el modelo de felicidad que nos propone la cultura consumista de nuestros días establece que ser felices es estar cómodos y complacidos, las penas o contrariedades se consideran como una desventura que debe evitarse. Pero la lucha y el sufrimiento tienen también grandes ventajas. "Es en la adversidad que hallamos la fortaleza, en la enfermedad que apreciamos el valor de la salud, en el hambre que comprendemos el valor de los alimentos y en el agotamiento que valoramos la importancia del descanso", dice un antiguo refrán griego.

Además, las experiencias duras son las lecciones más formativas que nos ofrece la escuela de la vida: son las que nos hacen más compasivos y solidarios ante las desgracias de nuestro prójimo, más sensibles a las necesidades quienes tienen menos, más humildes y capaces de agachar la cabeza para pedir ayuda, más generosos y dispuestos a darnos a los demás y más agradecidos por todo lo que hemos recibido. Es decir, las que ennoblecen nuestro corazón y nos hacen más humanos. Y son, por excelencia, las experiencias que nos acercan más a Dios. Por algo se ha dicho que "las lágrimas son el jabón con que se enjuaga el alma"

Los hijos no estarán preparados para enfrentar las adversidades que encontrarán en el arduo camino de la vida si no han tenido la oportunidad de vivirlas y superarlas durante la niñez. Todas las experiencias - alegres y tristes -- se traducirán en lecciones que enriquecerán la vida de nuestros hijos si estamos a su lado, no para protegerlos de las que son adversas, pero sí para animarlos a superarlas. Recordemos que nuestra función como padres no es aliviar las cargas de nuestros hijos, sino fortalecer sus capacidades. En nombre del amor no podemos seguirlos inhabilitando. Tenemos que amarlos lo suficiente como para llevarlos dentro de nuestro corazón y no sobre nuestros hombros, permitiéndoles que vivan su vida y no la nuestra.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
   
 
 
 
 
 
     

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Ángela Marulanda
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